Cuando estaba cursando estudios de diseño, una de las partes más petardas de los ejercicios prácticos era la realización de “la memoria”. Esta memoria era “simplemente” la justificación y argumentación de los procesos y decisiones tomadas que nos llevaban al producto final presentado. Ya fuera cartelería, diseño editorial o una ilustración en blanco y negro, había que razonar al menos mínimamente qué nos había empujado hasta entregar lo que cada uno considerábamos como un ejercicio terminado.